Ésta es la parte de Sevilla donde los siglos se asientan más cerca. Donde las murallas árabes se apoyan en las agujas góticas, y las calles empedradas aún siguen los caminos trazados por romanos, califas y reyes. Pasear por el barrio antiguo no es sólo ver edificios antiguos: es ver el tiempo replegándose sobre sí mismo, sombras que recuerdan y piedras que aún susurran.
Nuestra ruta comienza en el corazón del misterio y el encanto: el Barrio de Santa Cruz. Éste fue en su día el barrio judío, un laberinto de callejuelas estrechas, patios ocultos y muros encalados. No es sólo pintoresco: es sagrado para la memoria. Cada recodo de la calle esconde una historia, cada naranjo sombrea el pasado. Piérdete aquí a propósito. Es la única forma de encontrarla de verdad.
Justo encima de los tejados, siempre vigilando, está La Giralda. Empezó como un minarete y ahora suena como un campanario. No se sube por escalones, sino por rampas -treinta y cuatro- que conducen a una de las vistas más completas de la ciudad. De la geometría islámica a la elegancia renacentista, la torre encarna el ritmo de cambio de Sevilla.
A sus pies se alza la Catedral de Sevilla. Inmensa. Intrincada. Intencionada. La mayor catedral gótica del mundo, construida donde antes había una mezquita. En su interior, los altares dorados se elevan como montañas. Las capillas brillan a la luz de las velas. Y en el centro, la tumba de Cristóbal Colón, llevada por reyes de bronce, cargada de leyendas y debates.
Justo al otro lado de la plaza, en un edificio más reservado en apariencia pero no menos poderoso en significado, está el Archivo General de Indias. Aquí, en una estantería tras otra, descansan los documentos que definieron imperios. Mapas dibujados a mano. Cartas de conquistadores. Cuentas de barcos y plata. No es una muestra de conquistas, sino una colección de consecuencias.
A continuación, entramos en el palacio real más antiguo de Europa aún en uso: el Real Alcázar de Sevilla. Dentro, el tiempo parece fluir como el agua, desde los arcos islámicos hasta las bóvedas góticas y los jardines renacentistas. Aquí vivieron reyes. Las reinas pasearon por estos salones. Los pavos reales aún patrullan los patios. Cada azulejo, cada techo tallado es una carta de amor a la artesanía.
Ahora volvemos al río, donde la Torre del Oro vigila el agua como lo ha hecho durante siglos. De doce lados y silenciosa, antaño ayudaba a custodiar la riqueza de la ciudad -algunos dicen que literalmente, con oro almacenado en su interior. Otros dicen que el nombre proviene de la forma en que reflejaba el sol. En cualquier caso, ha resistido al tiempo y a la marea.
Justo río arriba está la Plaza de Toros de la Maestranza, la plaza de toros de Sevilla y una de las más emblemáticas de España. Sus curvas blancas y amarillas han visto arte y controversia, tradición y tensión. Aunque nunca entres en una corrida, el edificio habla. Habla de una cultura que lucha consigo misma, de espectáculo, silencio y estilo.
Terminamos en el Puente de Isabel II, o como la mayoría lo llama, el Puente de Triana. Construido en el siglo XIX pero enraizado en un cruce más antiguo, este vano de hierro une el centro histórico con el barrio de Triana. Párate aquí al atardecer. Observa cómo se mueve la luz sobre el agua. Siente cómo el peso de la ciudad se asienta, suavemente.
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