Este recorrido es para los que quieren entender Vigo de una sola vez. No toda la ciudad, no, porque Vigo no lo revela todo a la vez. Pero estos son los lugares que hablan más alto. Que explican dónde empezó la ciudad, cómo se hizo fuerte y dónde guarda hoy su alma. Es un bucle de vistas, leyendas, rincones tranquilos y voces del pasado. Comencemos.

Empezamos por encima de la ciudad, en el Castillo de Castro. Esta fortaleza, construida en el siglo XVII para defender Vigo de los ataques piratas, te regala algo más que historia: te regala vistas. Desde sus altas murallas, ves cómo se extiende la ría y cómo se extiende toda la ciudad. La gente viene aquí para hacer fotos, para hacer picnics, para tener perspectiva. No es sólo la cima de la colina: es el lugar perfecto para empezar.

Al descender, llegamos al hermano mayor, más tranquilo: La Fortaleza de San Sebastián. Escondida entre edificios, puede parecer humilde ahora, pero antaño trabajó codo con codo con Castro para proteger Vigo. Aún puedes recorrer el contorno de sus murallas e imaginar centinelas haciendo guardia, vigilando el horizonte en busca de velas.

Siguiente parada: un árbol. Pero no un árbol cualquiera:el Olivo de Vigo. Descansa apaciblemente en el Paseo de Alfonso, viejo y nudoso, y tiene su propia leyenda. Plantado por los templarios, talado, replantado, trasladado y amado desde entonces. El escudo de armas de la ciudad lleva su silueta. Y cerca, hay un banco y una niña leyendo un libro, con un dragón detrás. Un lugar perfecto para hacer una pausa y dejar que las historias se asienten.

Después, adéntrate en el Casco Viejo de Vigo, donde las calles son estrechas y retorcidas, los balcones se cierran sobre las cabezas y todo parece vivo y ligeramente oculto. Es un barrio para perderse un poco. Aquí encontrarás tiendas, bares, galerías y ecos de pescadores y comerciantes que caminaron por estas piedras mucho antes.

Ese serpenteo te lleva naturalmente a la plaza Porta do Sol, punto de encuentro de lo viejo y lo nuevo. Siempre concurrida. Siempre bulliciosa. En el centro se alza El Sireno, la estatua del sireno que mira a la ciudad. Aquí es donde la gente se reúne, celebra, protesta, toca música y simplemente se sienta bajo el sol con un helado.

Justo al final de la calle está la Plaza de la Constitución, más antigua y tranquila, con edificios porticados y un ritmo más local. Solía ser el principal espacio administrativo de la ciudad; ahora es donde te paras a tomar un café, admirar la luz y disfrutar de la quietud entre historias.

A pocos pasos, se alza con dignidad la Concatedral de Santa María. Conocida como La Colegiata, esta iglesia fue reconstruida tras ataques piratas y explosiones. Su limpia fachada neoclásica esconde en su interior un ornamentado altar barroco y la muy querida estatua del Cristo de la Victoria, que recorre la ciudad una vez al año en procesión.

De la piedra al verde: El Parque de la Alameda es el siguiente. Un soplo de aire fresco. Árboles más viejos que tus abuelos, parterres, estatuas y animales de piedra escondidos a plena vista. Este parque siempre ha sido un punto de encuentro, un lugar para frenar y simplemente estar. Observa a los niños jugar, a los lugareños leer el periódico o siéntate con un pastelito y deja que la brisa haga el resto.

Y luego, terminamos junto al agua. No en un puerto, sino en una estatua: el Monumento a Julio Verne. El gran escritor, sentado tranquilamente sobre un calamar gigante, sonriendo a la bahía que inspiró uno de sus relatos más famosos. Vigo aparece en Veinte mil leguas de viaje submarino como el escondite de un tesoro hundido. Y cuando estás aquí, junto a las olas, mirando al tritón y al puerto deportivo, sientes que el tesoro está a tu alrededor.

Eso es lo esencial de Vigo. En lo alto, en lo profundo, tranquilo, ruidoso, verde, pedregoso, lleno de historias. Todo lo que tienes que hacer ahora es recorrerlo. Y escuchar.